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Retos y soluciones para una región resiliente, con una alimentación más sostenible y accesible para todos

Escrito por: Verónica Castro, vicepresidente y directora ejecutiva en Centroamérica de Cargill Food Latinoamérica

(San José, 24 de setiembre 2025). La seguridad alimentaria no es una idea abstracta: es la vida diaria de millones de personas y un derecho humano esencial. Implica preguntarnos si nuestros niños podrán comer de forma saludable mañana, si nuestros agricultores podrán seguir produciendo frente a un clima cada vez más extremo y si, como región, podremos sostenernos ante el crecimiento de los retos climáticos y las dificultades para garantizar el acceso seguro a alimentos.

En América Latina y el Caribe, el desafío es particularmente apremiante. Acceder a una dieta saludable cuesta más que en cualquier otra parte del mundo: 4,56 dólares por persona al día, frente a un promedio global de 3,96, según el Panorama Regional de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición 2024 de la FAO. Desde 2017, este costo se mantiene sistemáticamente por encima de la media mundial, una señal inequívoca de que nuestro sistema alimentario requiere una transformación profunda.

Este desafío se agudiza con el crecimiento de la población. Para 2030 seremos 500 millones de personas más y hasta 840 millones seguirán sin acceso suficiente a alimentos. La producción de alimentos deberá aumentar hasta un 70% antes de 2050 para cubrir esta demanda, usando menos tierra y agua y bajo la presión del cambio climático. Aun así, estas cifras también representan una oportunidad para transformar la forma en que producimos y compartimos alimentos.

Durante más de 160 años, Cargill ha trabajado en el corazón del sistema alimentario, adaptándose a los cambios y anticipando necesidades. Hoy, estamos en una posición única para impulsar un cambio impostergable: nutrir el futuro con prácticas agrícolas sostenibles, cadenas de suministro más eficientes y una colaboración estrecha entre todos los actores del sistema.

La prioridad debe ser garantizar que los agricultores produzcan de manera sostenible, que los alimentos lleguen de forma eficiente a quienes los necesitan, fomentando además la innovación para ofrecer opciones más nutritivas y accesibles. No se trata solo de aumentar la producción, sino de hacerlo cuidando la salud del suelo, del agua y del clima.

La experiencia muestra que, cuando se fortalecen las capacidades de los productores, todo el sistema alimentario se beneficia. Acciones como ampliar la capacidad de almacenamiento, procesamiento y transporte de cultivos; apoyar a los agricultores en la adopción de prácticas regenerativas; y facilitar el acceso a mercados no son opcionales. Compartir experiencias y aprender de quienes han encontrado mejores maneras de producir abre la puerta a soluciones colectivas.

Es urgente impulsar la innovación en el desarrollo de alimentos que respondan a las necesidades cambiantes de la población, fomenten un consumo más consciente y promuevan la reformulación de productos para reducir el contenido de azúcar y sal sin sacrificar sabor o calidad. Así, se atienden nuevas demandas y se contribuye a combatir problemas como la subalimentación que afecta a millones en la región.

En las poblaciones más vulnerables, la alimentación escolar es uno de los ejemplos más claros del impacto colectivo que podemos lograr. De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo y el Programa Mundial de Alimentos (2023), casi 80 millones de niños y niñas en América Latina y el Caribe dependen de ella cada día. Fortalecer estos programas significa garantizar comidas nutritivas e impulsar el desarrollo local.

El futuro de la seguridad alimentaria dependerá de nuestra capacidad de construir resiliencia. No basta con esperar que las crisis pasen; es necesario preparar sistemas capaces de resistirlas y adaptarse, porque nutrir al mundo de manera segura, responsable y sostenible no es un reto solitario, exige trabajar junto a clientes, consumidores, comunidades, aliados estratégicos y gobiernos.

En Cargill creemos en el poder de la colaboración para empoderar a las comunidades, promover el abastecimiento local y fomentar prácticas sostenibles. Si trabajamos juntos —desde el campo hasta la mesa— garantizaremos que cada plato servido sea también una promesa cumplida con las próximas generaciones.

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